continuación de La industria farmacéutica.

 

 

Las mal llamadas “drogas ilegales”

 

 Resulta imposible determinar cuantitativamente el volumen de negocio de las mal llamadas “drogas ilegales”.

Los únicos datos que se encuentran al respecto, son los que arrojan infames organismos oficiales y organizaciones “anti-droga” completamente tendenciosas.

Algunos autores afirman que “el negocio de la droga supone ser el segundo en facturación, después del armamentístico.”

Opinamos que no resulta provechoso detenerse en comparaciones tan toscas, ni intentar mensurar algo tan inmenso en lo que intervienen tantas variables.

En cualquier caso, el mal llamado “tráfico de drogas” es un negocio potente, y su potencia no estaría sólo en las cifras económicas que pueda manejar (siempre inconcebibles), sino en el impacto social que este comercio tiene en los cinco continentes.

Mejor que registrar aquí fríos datos económicos (de fuentes no muy fiables), preferimos apelar al sentido común del lector para que él mismo evalúe el alcance de un “negocio” que ha

transformado el mundo, hasta tal punto, que se puede afirmar sin miedo a equivocarse que el tráfico de drogas internacional es una de las características propias del mundo moderno.

Antes del tráfico de opio de las élites anglosajonas en el siglo XIX, no había ni tráfico ni adicción a las drogas (por mucho que autores modernos intenten buscar orígenes más o menos antiguos al uso lúdico y al abuso lucrativo de ciertas sustancias que –además- tenían una naturaleza muy

diferente a las drogas actuales).

Apelamos a la responsabilidad y honestidad del lector para que él compruebe por sí mismo, el impacto social de las “drogas ilegales” en su sociedad.

¿Qué tienen en común la favela brasileña, el show bunisess norteamericano, las discotecas europeas y los numerosos grupos paramilitares africanos? El consumo de drogas.

¿Qué tienen en común un broker de Wall Street, un alto político italiano, un ladrón rumano, y un parado postuniversitario español? El consumo de drogas.

¿Qué tienen en común el barrio madrileño de Malasaña, el Candem londinense, el extrarradio parisino o las calles de Johannesburgo? El consumo de drogas.

La presencia de las drogas modernas es uno de los denominadores comunes de la infrahumanidad, y allá donde más altas cotas de infrahumanidad se alcancen (guerras, matanzas, torturas…), más consumo de drogas modernas se encuentran.

Ciertos progresistas –la mayoría, consumidores- defienden el tráfico y el consumo, alegando que “la droga en sí misma no es mala”, que “la libertad del individuo escoge qué hacer y qué no

hacer con respecto a las drogas”, que “siempre han existido drogas”… y demás frases clichés (por lo demás, fácilmente destruibles) que articulan un pretexto para la desidia, la irresponsabilidad, y –en definitiva- para el consumo (que es lo que en última instancia interesa a los que tienen un interés –económico u otro en este turbio asunto).

Por otra parte, existen otros colectivos organizados y entidades más o menos “no gubernamentales” que dicen “luchar contra la droga”, por medio de campañas sociales.

Estos “luchadores contra la droga” acostumbran a tener más razones para callar que sus adversarios apologistas.

Como suele ocurrir en todo dualismo moderno de opinión pública, los dos bandos de un debate tienen más motivos para darse la mano, que para definirse y diferenciarse a través de una discusión siempre estéril. Los mejores defensores del uso de drogas (como por ejemplo, el filósofo Antonio Escohotado) estuvieron o están involucrados e interesados económicamente en el tráfico de drogas (en el caso del escritor español, éste paso una estancia en la cárcel por “tráfico de estupefacientes” y fue detenido en Ibiza, en 1983, por “compra-venta” de cocaína).

De la misma manera, las organizaciones “anti-droga” suelen estar repletas de antiguos consumidores, “drogadictos anónimos”, y conversos a diferentes religiones que agradecen a tal o cual iglesia haberles “salvado del infierno de la droga”.

Nada de este repugnante debate ni de esta “guerra contra las drogas” nos interesa aquí.

De nuevo, el origen de todo este horror se encuentra en el mismo contexto que señalamos al hablar de la industria farmacéutica. El imperialismo europeo del siglo XIX (y muy especialmente el inglés) se interesó por el tráfico de opio con las colonias en Asia, y muy especialmente en India y –sobre todo- China.

Es crucial conocer este origen porque la estructura comercial, económica y social de las

“drogas ilegales” resulta en la actualidad la misma que la que surgió de las “guerras del opio” en China a mitad del siglo XIX. La primera droga adictiva usada por el Novus Ordo Seclorum para sus fines económicos y sociales fue la morfina, un derivado del opio.

Este opio (y su tráfico) fue el negocio principal de las familias anglo-británicas que fundaron compañías de transporte con las colonias indias y chinas. El primer ministro del extranjero de la corona británica por aquel entonces era Lord Palmerston, un declarado “maestro” en varias logias francmasónicas, entre ellas “Gran Oriente”. A través del opio, la política de Palmerston fue destruir a la sociedad china, dominar la producción y el comercio de la droga, y establecer un cártel bancario de blanqueo de dinero para las numerosas familias anglo-británicas involucradas en su tráfico. (Esta estrategia es la misma que se utiliza hoy en día; incluso las mismas familias estáninvolucradas). A través de entidades como East India Company y otras, seestableció la red de tráfico de opio (que se mantendrá hasta el día de hoy) con la que se enriquecieron familias como los Mountbatten, los Keswick (escoceses), los Dent, los Astor, los Russell (aparecen en capítulo anterior), los Pybus, los Sutherland (americanos), y “aristócratas” de renombre como el Conde de Balcarras, la Duquesa de Atholl o el Marqués de Candem.

A final de dos décadas de sangre, las “guerras del opio” acabaron en 1858, y dos años después se fundó el Hong Kong and Shangai Corporation, que ejerció de banco central del negocioangloamericano del opio. Este banco no ha dejado de existir en estos 150 años, ¡y actualmente estaría integrado en el grupo HSBC!

No sólo la red bancaria es la misma, sino que los nombres propios, las familias involucradas y los mismos grupos de poder decimonónicos, están presentes en el tráfico de drogas europeoasiático del siglo XX y del siglo XXI.

La primera droga moderna altamente adictiva, la morfina, fue la responsable de los primeros “drogadictos”, y, en Europa, estos no eran otros que los mismos traficantes. Los primeros morfinómanos europeos eran aristócratas, nobles y científicos que –directa o indirectamente- tenían acceso a la morfina.

Esta tendencia de las familias elitistas al consumo de drogas adictivas se mantiene también hoy en día, y los tataranietos de los aristócratas morfinómanos del siglo XIX, hoy son los playboys, jovencitos condes, duques, marqueses, barones, y directivos corporativistas tan aficionados al alcohol, a la cocaína y a otras sustancias. La más adictiva gran droga moderna creada en los laboratorios fue la heroína, un derivado del opio, un perfeccionamiento “heroico” de la morfina,que fue producida por la farmacéutica Bayer (después IG Farben, la industria química del nazismo, subsidiaria de Standard Oil de los Rockefeller) en 1898.

Desde entonces, la heroína ha seguido una trayectoria de consumo ascendente en las sociedades modernas (con su tráfico lucrativo para la red anglo-americanaasiática ya citada).

Ladestrucción social de manos de la heroína llegó a su completa revolución a partir de los años setenta del siglo XX. En 1983, la China comunista tenía 9 millones de acres de plantación de amapola, que eran controladas por las “triadas”, mafias chinas con contratos de tráfico con las élites europeas ya citadas. La consecuencia de todo esto fue una devastación social difícilmente evaluable, en todos los estados modernos, y muy especialmente, en los europeos (y en la propia China, ya desvencijada socialmente desde 1858).

Muchos de los conflictos sociales y bélicos desarrollados en Asia central a lo largo de todo el siglo XX, tuvieron como causa esta ruta del comercio de drogas. Con el ejemplo de la droga más destructiva y consumida del siglo XX, la heroína, se ilustra la convergencia de las “drogas

ilegales” con el resto de productos de las farmacéuticas: Bayer/IG Farben inventará la heroína al mismo tiempo que inventara la aspirina, y las mismas familias que están detrás de estas corporaciones, se encargarán de su lucrativo tráfico y de aplicar el útil uso que estas sustancias tienen en sus planes políticos y sociales.

Otro ejemplo de esta convergencia es otra “droga ilegal” que tuvo un importante papel de destrucción cultural y social en el siglo XX: la dietilamida de ácido lisérgico (LSD). Si la heroína fue producida por un laboratorio bajo control financiero de Rockefeller (antes por Rothschild), el LSD será producido en 1940 por el laboratorio Sandoz AG, bajo control financiero de los Warburg.

Fue el químico Albert Hofmann, quien desarrolló la droga que más tarde pasaría a tener un importante papel en la estrategia de destrucción cultural del Novus Ordo Seclorum (de hecho, lo llamarán “movimiento contra-cultural), que tendrá como máximo exponente la “cultura pop” de los años sesenta (se hablará del pop y del LSD en el Capítulo 12).

Mientras los hippies se drogaban con LSD en conciertos de rock, algunos científicos y psicólogos involucrados en programas políticos de control social, hacían sus experimentos con la droga de Sandoz/Warburg/Hofmann, tales como el Dr. Ewen Cameron, colaborador del programa MkUltra. La infame farmacología psiquiátrica, los programas de control mental de masas, y la “cultura pop” van de la mano, y el ejemplo del LSD ilustra esta hermandad.

Hasta tal punto llega el impacto de la industria farmacéutica psiquiátrica en la “cultura pop”, que el propio Hofmann, resulta ser él mismo un icono pop, tal y como los Beatles y sus “Lucy in the Sky with Diamons” y “Tomorrow never knows”. Hofmann es el químico farmacéutico más popular del mundo, ediciones de libros suyos se venden actualmente junto a productos de la “industria cultural”, e –incluso- existen camisetas de merchandising del LSD y de Hofmann, manufacturadas en las mismas colecciones de merchandising de “artistas” e iconos de la “cultura pop”. Con el LSD (y otras sustancias producidas -original y teóricamente- para la psiquiatría), se abre una carrera de investigación farmacéutica en drogas que después se encontrarán en el mercado “ilegal” de la industria de la adicción: extásis (el famoso MDMA), anfetaminas varias, ketamina (un anestésico muy utilizado por veterinarios de ganado), y otras tecno-musicales “drogas de diseño”. El impacto de todas estas drogas en las sociedades modernas es inmenso.

El joven esclavo del Nuevo Orden Mundial recurrirá a ellas para las dos limitadas y únicas tareas que se le han asignado: divertirse (discotecas, conciertos, rock, clubbing…) y estudiar en la universidad (muchas de estas drogas se usan para no dormirse, para concentrar la atención, para estudiar de cara a los exámenes… etc). Todo esto nos llevaría a un tema que requeriría un capítulo aparte: los nuevos fármacos “psiquiátricos” consumidos por clientes –más o menos jóvenes- que no tienen que recurrir a la ilegalidad para drogarse. Uno de los más famosos de estos fármacos –el prozac-, está tan integrado en la “cultura pop”, que ha inspirado novelas industriales, películas modernas, canciones pop, y grupos de rock. Así, en 2010, es incalculable el número de jovencitos y jovencitas depresivos cuyo equilibrio nervioso y hormonal ha sido devastado –para siempre- por un tratamiento de prozac.

Abordar toda esta bazofia extendería este capítulo en exceso.

Además, la droga adictiva (y comercializada por la industria de la adicción) de más impacto en la sociedad actual sería –quizás- la cocaína. Se trata de un alcaloide extraído de la planta de coca, cultivada en el continente americano.

Por lo tanto, la ruta de su tráfico se establece en otra dirección que la del opio asiático. El origen de esta ruta también se encuentra en el siglo XIX, cuando laboratorios europeos comercializaban la cocaína como analgésico. Sin embargo, enseguida fue despreciada como fármaco analgésico, y –al igual que después el LSD- pasó a ser un objeto de atención por investigadores de la psicología moderna. ¿Quién fue el primero en interesarse por la cocaína desde la investigación psicológica? Pues el propio fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, que dedicó a la cocaína unos cuantos escritos: “Sobre la Coca” (1884), “Contribución al conocimiento de los efectos de la cocaína” (1885), “Notas sobre el ansia de cocaína y el miedo a la cocaína” (1886)… Está registrado que Freud trató a un adicto a la morfina (“amigo suyo”), a través de la cocaína (¡un clavo saca a otro clavo!), y que él mismo fue, no sólo consumidor, sino consumidor

masivo y adicto, sobre todo en sus últimos años en Londres, donde desarrolló un extraño cáncer de boca que acabó con él. En el siglo XX se amplía la ruta de la cocaína, y se establece con éxito de producción y distribución en la década de los ochenta, a través de los cárteles colombianos y las rutas abiertas por la CIA.

La cocaína –tal y como se encuentra hoy en día en cualquier sociedad modernaes un complejo producto en el que interviene gran variedad de químicos (dependiendo del tipo de cocaína): queroseno, álcalis, carbonato de sodio, ácido sulfúrico, ácido clorhídrico… además, por si fuera poco, el tráfico acostumbra a adulterar el producto final con talco, azúcar, e incluso analgésicos (como la procaína) y anfetaminas varias. Aún con todo esto, la cocaína es actualmente una “droga ilegal” cara, sólo accesible a la población con mayor poder adquisitivo.

Como subproducto más popular, se encuentra el crack, un derivado de la coca procesado con amoniaco o bicarbonato de sodio. Si la cocaína está presente en el showbusiness, en la alta política y en los jovencitos modernos festivos, el crack lo está en los suburbios de las metrópolis norteamericanas, en las favelas brasileñas, y en los extrarradios colombianos. El impacto de esta droga es tan devastador, que resulta difícil pensar cómo eran ciertas sociedades antes de la cocaína. Se trata de un negocio que sostiene la diversión moderna occidental, y no por casualidad, ya forma parte de la “cultura pop” (“Cocaine” de J.J. Cale; popularizada por Eric Clapton), y está muy presente en la revolución postrera de esta “cultura”, el hip-hop, con continuas referencias tanto a la cocaína como al crack. Resulta surrealista hablar así de una sustancia que se presenta como “ilegal”.

Pero si dijimos que el término “drogas ilegales” es completamente inapropiado para referirnos al producto de la industria de la adicción, es porque –en pleno siglo XXI- también existe un importante suministro de drogas adictivas que no recurre al comercio clandestino.

Existe una industria –la tabacalera- que ha diseñado un producto con más de 30.000 sustancias tóxicas, cada una de ellas colocadas para optimizar y maximizar la adicción y la destrucción de la salud del cliente. Se trata de un complejísimo producto químico que denominan con el nombre de la “materia prima” con la que –en un principio- se hacía el producto: el tabaco. La industria tabacalera, las farmacéuticas, y los ministerios de sanidad tienen un lucrativísimo contrato alrededor de la enfermedad y muerte del cliente de esta industria: el fumador. Si las tabacaleras han estabilizado el negocio en una afianzada rentabilidad, todas las grandes farmacéuticas tienen al menos un fármaco para “dejar de fumar” (ya hemos hablado de sus tratamientos contra el cáncer y demás quimioterapias), y los ministerios de sanidad se entretienen colocando pegatinas en el producto tabacalero con el mensaje “Fumar perjudica

a la salud”, “Fumar mata”, o “Fumar causa una muerte lenta y dolorosa”.

Estos carteles se regodean en el éxito del Establishment sanitario hasta límites de obscenidad que aquí no vamos a señalar.

También existe un mercado legal de drogas adictivas en uno de los estados base de muchos de los laboratorios europeos que en este capítulo se han tratado: Holanda. Aquí, el “Ministerio de Sanidad” se da la mano con el “Ministerio de Turismo”, que ambos han hecho de los fumaderos de Ámsterdam, uno de los recursos turísticos más populares de Holanda, tales como los molinos, las amapolas, y los canales. Innumerables hordas de atolondrados modernos viajan en calidad de turistas para –entre otras cosas- fumar marihuana cultivada industrialmente, modificada genéticamente, e –incluso- impregnada con otros productos farmacéuticos tales como el LSD. Algunos de estos modernos –al igual de lo que se hizo con Hofmann- han hecho de la industria del cannabis un icono de la “cultura pop”, sin tener ni la más mínima conciencia de su participación en un proyecto –el de las élites europeas (también, holandesas)- del que ignoran absolutamente todo.

Tampoco podemos desarrollar aquí la relación de estas gentes con algunos neoespiritualismos (como el vergonzoso neo-chamanismo) y “movimientos culturales” (como la llamada “new age”).

Existen muchos más suministros legales de drogas adictivas, muchos de ellos en la comercialización de comidas y bebidas. En su comienzo, Coca-Cola Company ponía extracto de coca (de ahí, el nombre) en sus coca-colas.

La mayor corporación industrial de bebidas del mundo cambió la coca por la cafeína y por una alta concentración de azúcar, tal y como ahora se conoce la coca-cola.

Actualmente, existen bebidas (algunas propiedad de Coca-Cola Company, otras no) que tienen sustancias adictivas (taurina, cafeína…) y peligrosos edulcorantes (aspartame, sorbitol…). Sin embargo, todos estos ejemplos nos llevarían al tercer apartado dedicado a “la gran salud de la modernidad”: la industria alimenticia.